Palabras para Héctor

¿Qué me hace pensar que nos salvaremos? Probablemente ver a las personas clamar por la paz, reconocerse en el otro ante estos millones de refugiados que van por el mundo con el dolor de dejar atrás su pasado; las casas donde vieron a sus hijos dar los primeros pasos; sus perros y sus gatos con sus recuerdos; su amor abandonado en la mitad de los caminos. Mirarse a si mismos caminando al encuentro de la soledad, del desarraigo, de la nostalgia infinita que significa dejar atrás el país; esa patria terca que regresa en cada olor o que te tiende una trampa cuando de pronto una brisa llega a tu rostro, como si fuese aquella que sentías camino a la casa de los abuelos...

Ninguno de nosotros alcanza siquiera atisbar la inmensidad del abandono que sienten esas familias que ahora deambulan por los campos de Europa, perseguidos por la policía de esos gobiernos que tan celosamente siguen ahora la política de las grandes naciones de la Europa genuflexa.

¿Que responderán los padres a sus pequeñas hijas cuando les azote la sed y el hambre en la mitad de un campo baldío? 

Yo conozco esa Europa, he recorrido caminos de este a oeste y de norte a sur. Supe mirar con severidad a cada persona que me miró con desconfianza, porque al menos tenía mí vida y mí destino para enrostrárselos si me llegaban a creer un paria. Fui con mi piel, fui con mis cabellos, fui con mi identidad, fui con mí cautela. Recorrí esos países explorándole las almas, deleitándome con sus magníficas edificaciones. Encontré quienes miraban con rabia la desfachatez con que cruzaba sus plazas y el gusto con que probaba sus comidas y pude también dar con muchos de ellos que me brindaron su afecto y cuyos rostros, ya sin nombre, guardo en mí memoria para traerlos nuevamente y embelesarme en el cariño.
¿Pero qué orgullo, cuál integridad puede esgrimir alguno de esos padres de esas familias de refugiados ante los rostros adustos que los miran? Sucios, harapientos, ateridos de frío, caídos en la derrota, sumergidos en la vergüenza.

Creo que queda todavía mucha solidaridad entre nosotros, al menos tenemos estos pensamientos que son como una oración que lanzamos al viento esperando que algún dios benevolente los recoja y cumpla estos deseos sencillos pero entrañables: un techo, un plato de comida, una cobija, una medicina; en fin todo lo que sea necesario para apartar ya de nosotros las atroces fotos de la guerra, del hambre, de la miseria y sentirme abrazado con el cálido aliento de esta humanidad que desde hace mucho ya no detiene su marcha.

Comentarios

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  2. Un fuerte abrazo a Marco Aurelio a Hector y a todos aquellos que, por mas pequeño que sea el gesto, están dispuestos a dar su solidaridad. Solidaridad que no espera la aceptación de las grandes potencias ni de las Europas para materializarse

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