Cáncamo (Marco Aurelio Rodríguez García - Poesía)
Cáncamo de Marco
el viaje al origen del afecto
Era la feria del libro capítulo
Mérida del año 2008, llegué invitado por el Instituto de Cultura
del Estado, para leer en un homenaje a William
Osuna
que
acababa
de
recibir
el
premio
nacional
de
literatura.
El lugar de encuentro fue La Casa Voce y entre los poetas invitados
estabamos Benito
Mieses,
Stephen
Marsh,
Yuri
Patiño,
Rodolfo
Quintero
Noguera,
Karelyn
Buenaño,
Hermes
Vargas,
Julio
Valderrey
el
Poeta
homenajeado.
Junto a ese grupo de poetas un novel
poeta, desconocido para muchos pero con mucho camino recorrido en
otros continentes, sobre todo en la extinta URSS específicamente en
la ciudad de Moscú y en la ex- Yugoslavia, Marco Aurelio Rodriguez,
tuvo la oportunidad de compartir sus poemas con el grupo de personas
que nos dimos cita convocados por ese homenaje permanente a la
palabra. Su lectura esa noche se centró en poemas que dibujaban sus
impresiones sobre esas tierras y el sentimiento de su estadía en la
unión soviética.
Los Poemas de Moscú se quedaron en mi
memoria resonando como colgados en el clavito
de sal que recoge el poeta en su
imaginario, regalándonos la lectura de una Moscú, enternecedora,
sutil, dulce y nostálgica.
El poeta y yo iniciaríamos una
amistad soportada en la palabra, en el poema y en el espíritu de dar
a conocer sus textos que hasta ese momento formaban parte de un
cuaderno íntimo que el poeta no se decidía a mostrar con suficiente
fuerza.
Volver de la Unión Soviética a
Venezuela después de tantos años acercó al poeta a un país que
como bien lo señala, le tocó reconquistar. pero por otra parte el
poeta sentía la necesidad de que este país lo reconquiste. Y en esa
batalla de sueños, de cantos, y de silencios el poeta logró
desempolvar toda una memoria poética recogida desde sus inicios como
estudiante en Moscú, como residente y estudiante en Yugoslavia y
como comunicador y creativo en esta su patria que lo recibió, no sin
antes ponerle los obstáculos, con los que suele encontrarse quien
luego de una ausencia postergada, regresa a su país a reencontrarse
con su verdad, con su esencia, con sus viejos amigos y enemigos, con
su realidad.
En ese oficio constante con la
escritura, Marco Aurelio lograr concebir dos libros que recogen la
experiencia cosechada durante mas de treinta años de vida. Movido
por el impulso de un movimiento editorial que se desarrolla en el
país siente la seguridad para mostrarlo sin el temor de ser
rechazado, cuestionado, ni etiquetado por espacios y empresas que
convirtieron en fantasma el riesgo de publicar autores inéditos
sobretodo en el género poesía. Hoy el impulso de iniciativas
novedosas revolucionarias y alternativas tiende puentes a Marco
Aurelio para poder dejar de manifiesto su testimonio poético de vida
y su apuesta a contribuir desde sus poemas a enriquecer, oxigenar y
hacer lucir el lenguaje.
Cáncamo el lbro que nos convoca esta
compuesto por una serie de poemas cargados de una lirica de sumo peso
que se mueve entre las aguas del deseo, la soledad, la memoria y una
cercanía constante con la muerte.
Como en Rene Char, Marco Aurelio
apuesta a la brevedad y logra simplificar en pequeños criptogramas
un sumo de imágenes que hacen estallar el ensueño
“A estas altas horas de tu espalda,
sólo me quedan los celos.”
La magia de las palabras para hechizar
y desbordar pasiones se juntan como amarras de hilos conductores que
siempre terminan girando entre dos temas universales que por
dialectica poética se confrontan: la vida y la muerte; el amor y el
despecho; la victoria y la derrota
Todo esto se congrega en un cáncamo
de resonancias donde el poeta, cual barca que navega en el tiempo, va
dejando testimonio de un tiempo vivido que ha logrado transitar por
diversidad de rutas marinas, terrestres y espirituales, por la senda
de sueños postergados, de profundas desilusiones y de cierto dolor
marcado por una nostalgia infinita que no hace mella sino que revive
el espíritu del poeta para sobreponerse de la muerte, del dolor, del
destierro y tener la fortaleza de ofrecer el corazón, la palabra y
el silencio, cargados de una compañía imponente, a todo aquel a
quien guarda en sus afectos.
Cáncamo es un canto a los territorios
del duelo y la desolación como respuesta natural frente a la muerte
“Qué fácil hubiera sido
que siguieras vivo. …
… Piénsalo,
anda
y ahórranos el rato.”
Es un libro donde la seducción
tambien se amarra para desde el sortilegio de la palabra hacerse
sentir en el oído femenino que desea ser conquistado por el poema
“Confieso
que he visto estrellas
en tus dedos”
“Tu cuerpo
es la tierra
que habito”
Ante el desamor, la desilusión o el
desconcierto, el poeta apuesta a una espera que es victoria en el
poema la desolación es vencida por la acción implícita en el verso
que logra deshacer todo dolor y abrir caminos en la barca del
lenguajes para pescar
“Me sacó el corazón
de los caminos
torcidos.”
Para el poeta el amor es previo al
aliento iniciático que da vida a todas las cosas. Es el génesis de
todo testimonio de existencia. Es el estado donde se originan el bien
y el mal. Desde él se dibuja la rosa de los vientos que dicta los
rumbos del afecto
“Antes de la brisa
está el amor.”
Marco Aurelio es una barca y su libro Cáncamo reúne las amarras de gran parte de los sentimientos
originarios que constituyen la condición humana. Navegar estas
paginas atados a una extensa gama de sentimientos hacen de este libro
testimonio lirico y aporte puntual a la voz delicada y gentil que
forma parte de la inmensa gama de tonos que conforman a la poesía
universal
El vodka, el canto de la balalaica,
las lecturas de Bulgakov, Dostoievski, la experiencia viva de La
Guayra y el recuerdo de Yugoslavia viajan atados a este cáncamo
que hoy ofrece a nosotros, para darnos amarras (atar los cabos de) en
un ensueño que desde ya nos lleva a navegar por toda la poesía
José Javier Sánchez.
Torres del Silencio, 6 de julio de
2011.
Cáncamo
A
manera de prólogo
El
libro de la vida
En
literatura lo más real es la poesía. La poesía es la constatación
de la existencia propia, y es a su vez una bitácora que registra el
efecto de la existencia sobre nuestras almas.
Nuestra
aparición sobre la faz de la tierra se hace fenomenológicamente
cierta a través de los registros legales fidedignos y que
garantizan “testigos confiables” con la certificación de las
“autoridades respectivas”... Ergo: Sin papel no somos.
Muchas
Partidas de Nacimiento se terminan con las firmas de los testigos y
de la autoridad correspondiente, otras, en cambio se van extendiendo,
llenando de folios que constatan otras cosas. Muchos de esos papeles
adjuntos pasan sin la suerte de ser encuadernados, otros corren con
la fortuna de hasta ser publicados (tal es el caso de este libro);
documentos anexos que vamos agregando a la chata redacción inicial
de nuestra Partida de Nacimiento. En esos anexos vamos contando de la
infancia, de lo que el amor va haciendo de nosotros, las
escoriaciones que van dejando los tropezones con el agreste camino de
la vida, las sutiles caricias; es en mucho la poesía el espejo que
Stendhal decía ir pasando por el camino de la realidad que luego
quedaba registrada en sus libros.
Nuestros
nombres reposan en archivos públicos que dicen que llegamos, que
dirán que nos fuimos, pero los documentos más públicos son estos
en los que en público
nos desvestimos para desnudar nuestra íntima experiencia de existir.
Esa valentía de aventurarse a ser más ridículos que “sublimes”
a los ojos de todos, le debe ser
reconocida al poeta, tanto como lo es al actor el arrojo de subirse a
las tablas, para dejarse ver con toda la desfachatez que su arte
exige.
La
necesidad de agregarle algo más al documento de nacimiento, se hace
permanente; es un fenómeno que se manifiesta cuando se desdobla ante
nuestros ojos la realidad mostrándonos algo más de lo que a simple
vista es. Entonces nuevamente agregamos una nueva nota al Libro de la
Vida. Notas que deben superar la manera inicial en que fue redactado
el original.
Desde
el principio vamos haciendo el esfuerzo de superar el estilo romo del
Registro Civil, de lo contrario correríamos el riesgo de escribir:
Hoy a los treinta y
un días del mes de enero del año dos mil once y a los doscientos de
nuestra primera independencia, en horas de la mañana y en ruta hacia
Caracas, se hace constar que el ciudadano Marco Aurelio Rodríguez
G., quien mientras viajaba hacia la Ciudad de Caracas ocupando el
tercer asiento de la fila izquierda del colectivo placas AVD 35E2 y
acompañado por los testigos Pía Liliana Gialdini, ciudadana
argentina, nacida en la ciudad de Rosario, portadora de la cédula de
identidad E-17552128 y del señor José Javier Sánchez, venezolano
cédula de Identidad Nº V-67820 (ilegibles los tres últimos
números), dieron fe de la tremenda emoción experimentada por el
mencionado Marco Aurelio Rodríguez G., de la revelación vivida por
este ante la profunda impresión que le ha causado el Mar Caribe
visto desde el kilómetro 3 de la autopista Caracas-La Guaira. Así
lo dejó escrito en su libreta de apuntes y agregó que la misma la
emoción que le ha producido el sol reflejado sobre las aguas del
referido cuerpo de aguas, ha sido como una “conmoción espiritual”,
de naturaleza patriótica que le ha hecho reconocer en si el profundo
amor que profesa por su patria (Va con rúbrica).
Como
ven, no es suficiente registrar el hecho, sino que además se
requiere estilo.
Muchos
son de la consideración de que el registro de la existencia no es el
único objetivo de la poesía, sino la momificación de su autor,
para que después de muerto abran sus libros como un sarcófago y
hurguen en su alma, como si estudiaran el barco en miniatura
encontrado en el fondo de la urna, cuyo séquito a bordo mira con
asombro las aguas del Nilo.
Y
ya que hablamos de naves, vienen a colación los versos de Antonio
Machado, en los que encuentro una maravillosa ironía:
Nunca
perseguí la gloria
ni
dejar en la memoria
de
los hombre mi canción
Lo
que es igual a decir que el Faraón puso esos objetos en su tumba y
se mandó a hacer un inmenso monumento visible a kilómetros de
distancia, para que nunca nadie lo encontrara.
o
como estos:
Caminante
no hay camino
solo
estelas en la mar
En
los que la palabra estela,
puede ser la efímera huella de la embarcación que pasa navegando
hacía el olvido, sin registro (notariado) de su rumbo o las nada
ingrávidas
estelas, moles de piedra que
marcaban los caminos y que aún en nuestros días son mensajes
monumentales que han superado el tiempo.
Las
dos afirmaciones que el poeta hace en esos versos niegan la intención
natural de la poesía: el registro perenne de la existencia y el
reconocimiento duradero del arte alcanzado en los versos. Pura
ironía...
La
realidad parece decir otra cosa y es que vive más quien deja huella
escrita de si, porque se trasciende a si mismo... Y la trascendencia
es aún mayor si queda en la memoria de los lectores.
La
poesía son las chispas que produce el contacto de nuestra vida con
los rieles del destino; luminosas en la oscuridad del túnel, pero
casi imperceptibles cuando la luz de lo cotidiano las acompaña.
La
poesía es algo indispensable en la vida, pero se puede vivir sin
ella – sin la conciencia de que existe.
Mientras
tanto, puedo terminar con las mismas palabras que comienzan el
documento que deja constancia de que:
“El
suscrito, Primera Autoridad Civil de la Parroquia La Guaira
Departamento Vargas del Distrito Federal, CERTIFICA: que en los
libros de Registro Civil para NACIMIENTOS: que se encuentran en los
archivos de esta Jefatura Civil correspondiente al año de 1956 al
folio 41 bajo el Nº 81, corre inserta una partida que copiada al
texto dice 81 NÚMERO
OCHENTIUNO.-
Indalecio Antequera, Primera autoridad Civil de la Parroquia La
Guayra, Departamento Vargas hago constar: que hoy trece de enero de
mil novecientos cincuentiseis a las diez antes-meridiem, me ha sido
presentado en este Despacho un niño varón por el ciudadano: Augusto
Rodríguez Beitía, quien dice ser su padre, de cuarenta y dos años
de edad, comerciante y expuso: que el niño cuya presentación hace
nació en el Hospital “José María Vargas” de esta Jurisdicción
el día once de Julio del año mil novecientos cincuenticinco a las
cinco y treinta post-meridiem; que lleva por nombre MARCO AURELIO,
habido en su esposa: Vidalina García de Rodríguez, de treintisiete
años de edad.
El
texto continúa diciendo que hubo testigos, todos de firmas ilegibles
y el documento fue refrendado y sellado con una tinta de profundo
color añil y en el centro del sello se ve el escudo de armas de mi
país.
Si
damos credibilidad a lo contenido en ese documento, les puedo
asegurar amigos que es verdad, que si pasé por este mundo y que
estos versos dan fe de ello.
Va sin enmienda.
Va sin enmienda.
Marco
Aurelio Rodríguez G.
Cáncamo
I
Salmo
del amante
El
amor es un árbol
los
amantes su sombra.
Yalal
Al Din Rumi
No
desisto
porque la
perseverancia
son tus
pasos
y el camino
tu piel.
Urdimbre
falsa
es el
laberinto
que nos
tejen.
De falsos
postigos
la luz
que nos
ofrecen
y alzan sus
voces
predicando
desde
su falso
jardín.
No temo
vendrás
hasta mí,
como acudo
yo a ti,
haciendo
nuestro encuentro
porque todas
las rutas
conducen a
nosotros
y nuestro
norte es firme
como los
pasos
de nuestros
corazones.
No temo
porque
avanzo
sin tocar
aldabones
sin empujar
los goznes
de portales
umbríos.
No dudo
la confianza
eres tú.
Tus ojos son
mi faro
en este mar
de nieblas
y tu fuego
la paz
que
desencadena.
Soy libre
porque la
casa nuestra
es de arena
extendida
y la ventana
es aire
y el techo
es la lluvia
y el río
allí
deviene
desde
siempre.
No desisto
porque el
fuego
es puro
y la bondad
es buena.
Tu cuerpo
es la tierra
que habito
como habitas
en mí.
La brisa es
cálida
sólo desde
tus palabras
y me
encuentra
para
beberlas
como bebo tu
luz.
Tu luz
es ala
sedosa
como musgo
fresco.
No temo
el fuego
eres tú
y lo
alimento
poniéndole
los labios
y la sangre.
La duda es
ajena
ocupa los
lugares
a los que no
solemos
acudir.
No
desistimos
porque la
cifra
ha sido
echada
y somos la
suma
de ella
misma.
Hemos tocado
el reborde
de la luna
y su
escarcha tibia.
II
Salmo
de la amante
No temo
sé
que tu alma
es
sedosa
y
sube
como
hiedra buena.
No
dudo
sé
que tu alma
es
firme
como
montaña
que
sueña
en
los mismos
lugares.
Urden
laberintos
pórticos
de
falsos
senderos.
Pero
tu luz es fuerte
y
firme mi norte.
En
lo umbrío
del
ámbito
que
están fraguando
oigo
tu
voz.
Y
la sigo
porque
en
la soledad
me
reconforta
y
calma.
No
temo
se
que llegaré
hasta
ti
traspasando
todos
los falsos
dinteles
y
los pasillos
ciegos
que
no engañan.
No
dudo
tu
luz es fuerte
y
mi corazón
firme
como
flecha.
Estoy
en ti
y
tu no me abandonas
y
todo en nosotros
es
sordo a los conjuros.
Porque
son
nuestras
palabras
la
hiedra
que
nos cobija
el
musgo
que
nos hace lecho
y
la fronda
que
nos cubre.
III
Y
nos sentábamos en las
tardes
a ver el cielo de siam
detrás
de las montañas
Vienes,
te
apareces más bien
como
un encanto.
Hay
un camino vacío
y
sólo el viento
mueve
algo
por dentro,
como
cuando está
muy
distendido
el
arco
del
violín.
Agradezco
tener
el
don de la palabra
y
poderlo mostrar
como
una gema rara
conjugando
con miedo
el
verbo amar.
Te
has venido acercando
y
tu olor como sándalo
se
coloca delante
y
te precede a ti.
Hemos
podido sentarnos
en
el dintel
del
crepúsculo
dejando
colgar
los
pies
como
los niños.
Hemos
llorado
porque
el amor es
agridulce
y
húmedo.
Y
seguimos riendo,
aunque
con tristeza
sabemos
que
en algún momento
tu
y yo
ya
hemos
visto
el
cielo
de
siam
tras
las montañas.
IIII
La
mer, la mer,
toujours
recomencé
Paul
Valery
Mar de la eternidad
traspasándonos
con
el tiempo
sobreviviéndonos
en
el turquesa
el
gris
el
verde
flexuoso
de
tu luz.
Aquí
tú
primordial
perenne
y
yo
actual
pero
fugaz.
Mar
una
mirada
no
alcanza
nuestros
ojos
son
demasiado pequeños
para
tu inmensidad.
Mar-Universo
en
donde nada
es
anterior
porque
aun estás
en
tus inicios.
Nosotros
en cambio
fenecemos
día
a día
sin
traslindar
más
allá de nuestras vidas.
Mar
con
tu brillo
de
lomo de pez
y
tus ojos
ora
sol
ora
luna
ora
estrellas
como
prendedores
de
sal
en
la penumbra.
Mar-Dios
desde
la eternidad
nos
sobrevives.
V
Hojas
de bosque
que
he visto estrellas
en
tus dedos
y
un arco-iris
en
tu piel.
Pongo
en tus ojos
estas
palabras
para
que las lleves
hasta
tu corazón.
Allí
quieren
sentar
raíces
como
árboles crecer
y
darle sombra
Has
de caminar sabiendo
que
las llevas en tu pecho.
Y
en las noches de soledad
oirás
el arrullo
que
hace el viento
al
poner a temblar
las
hojas
del
bosque
que
siembro hoy
en
tu corazón
como
una estrella.
VI
Chinese
food
En este restaurant
las
mesas son pobres
más
bien
y
la decoración
es
simple.
Pero
a
este restaurant
venimos
con
cierta
frecuencia
y
nos saludan
buscándonos
los ojos
y
dándonos sonrisas cómplices.
Estamos
juntos
y
despertamos
gran
curiosidad.
Nos
sentamos
y
hablamos
a
veces riendo
y
asiéndonos de las manos.
A
veces tristes
y
con las cabezas gachas.
En
este restaurant
una
vez hubo lluvia
y
largas gotas de agua
bajaban
desde las lámparas chinas.
Los
orientales hablaban
ruidosamente
y
me apesadumbraba
la
idea
de
que la noche
fuese
triste
otra
vez.
Salimos
de este restaurant
fuimos
hablando
y
sintiéndonos mejor
y
olvidamos
los
rostros chinos.
Siempre
despertamos
curiosidad
siempre
vamos
muertos
de risa
o
muertos de nada.
Pero
siempre juntos
y
es lo que importa.
VII
Anochecer
sus
labios
y
este atardecer
está
manchado
de
carmín.
Parece
que el mundo
vuelve
a empezar
a
girar su loca rueda.
En
el pueblo
cercano
las
campanas deben
repicar
el
ángelus
para
descansar.
Y
el hombre
olvida
todo
afán.
Sólo
el amor
respira
en el aire
un
aroma
a
flor nocturna
y
blanca.
Un
lucero de esos
poco
tímidos
y
azules
pone
su luz
a
vibrar como un beso
sobre
la frente
de
la noche
aun
clara.
VIII
Agua
de cometa
Hemos
decidido no volver
al
templo
la
puerta queda abierta
pero
la
tentación de entrar
será
contenida
así
como se contiene
el
llanto.
Anduvimos
senderos
donde
la placitud
la
tocábamos en la punta
de
las hojas
como
si fuese su brillo.
Yo,
como he bebido
el
agua radiante
de
la cola del cometa
y
de su cellisca tibia
no
puedo olvidar.
IX
Vadee tus
ríos
y me vi
alzado en vilo
por el ritmo
de un tambor de Tokoro
oculto
extrañamente en tus ojos azules.
Qué selvas
me guardaron la noche
y en
secretos parajes vi hojas lanceoladas
como tus
labios.
Háblame
desde ti en la exhuberancia de la lluvia
cuando en la
raíz de un árbol oigo subir la savia
o es tu
corazón
o es el
tambor de Tokoro
soñándome
en el sueño
o soy yo
soñándote en tus ojos.
Me has
llevado conjurándome por el sendero
de tus
propias palabras
y la tierra
blanda se hunde a mis pies.
Hay plantas
de inmensas hojas brillantes
que me
cubren
o son tus
brazos lo que sueño.
X
Nombre
Hay
la rama de un árbol
que
al vaivén de la brisa
asiente
comprensiva
al
mirarnos pasar.
Hemos
decidido
describirte
en el amor,
te
hemos puesto nombre de aire
y
ha sido alisio.
Vas
moviendo
en
cálido vaivén
la
brisa
que
nos encalidese las mejillas
y
la otra
que
nos agota las caderas.
Hemos
decidido
darte
un nombre
y
es sol
el
pseudónimo
de
luz, que nos
abrasa
y
eres piel
con
destello,
voz
calmada
en
una boca
de
follaje labidentado
para
morder sus hojas.
Amor,
amarte
eres tu
con
la voluta desquiciada de tus dedos,
el
contorneado
espiral
del
vértigo
a
donde nos conduces.
Hemos
elegido tu cimbrado fulgor
por
decisión total.
Necesitamos
tu sonrisa,
la
mejor, que nos deleita
y
la otra, que rompe
nuestros
quicios, esa que impone
el
grito crucial,
el
de perder la vida,
pero
siguiendo en ella.
Amor,
este
es otro poema,
el
de vivir bebiéndonos
la
sangre,
el
de permanecer
ahogándonos
en ella.
Hemos
decidido darte un nombre
y
no damos con él
y
es quizá agua de aurora
o
aceite de hojas
o
miel.
Continuamos
buscándote
un nombre
bruma
o
palmeras oteadas a lo lejos
y
allí tú nombre es albur,
acerado
brillo de plumaje,
cáncamo
de ámbar,
solsticio,
cañada.
XI
Tu
ayer
Tu
ayer,
ese
universo
de
tus cosas.
Ese
libro,
ese
remolino,
esas
tus visiones,
donde
un cantante
bajo
una luz zenital
te
dedicó las músicas.
Tú
evocando
tus frutas consumidas,
tus
columpios vertiginosos,
los
árboles
que
como dioses
te
infundían los miedos.
Tú
exacta,
tú
concreta
como
un círculo,
como
sextante,
como
cifra entera.
Entregada
al sueño,
fuera
de este mundo,
en
la capsula azul
de
los recuerdos.
Las
almohadas
que
guardaron tus suspiros.
Las
lágrimas
derramadas
por
azar.
Los
besos
que
han tatuado
tus
altares.
Tu
ayer
es
mí reto,
no
estuve en él
y
lo muestras
sacándolo
de
una cajita de caoba
como
una mariposa disecada,
para
quemar
mis
ojos.
Tu
vida,
tu
compendio
de
cosas
que
leo entre líneas,
ansioso
de editar su última página
con
colofón y rúbrica,
para
quedarme en él
como
el último
y
definitivo
lector
de tu destino.
XII
AS
Alguien
repartió
los
naipes
y
quiero jugar.
Desde
algún lugar
del
universo
la
mano de Dios
lanza
los dados
Y
aquí
sobre
mi manta
todos
se reúnen
para
apostar por algo.
Eres
el as, la carta
que
en cada palo de los naipes
es
el uno.
La
estrella solitaria
en
la cara más vacía
de
los dados.
La
moneda primitiva
para
comprar
esclavos
en
las calles de Roma.
El
nudo maestro
para
amarrarme al sino
indestructible
de tus carcajadas.
Apuesto
todo
¡Voy
a ti!
XIII
Pido
la revancha
Pocas
veces
la
noche extiende
de
tal forma
su
terciopelo
para
la caricia.
Entonces
uso la ternura
para
medir el tamaño
del
alma que se posa
junto
a mí.
La
ternura,
el
amor en el descanso,
debe
expeler su cúpula de silencio
para
que las palabras
en
calma
digan
la verdad.
No
suelo ir desaforado,
porque
la sorpresa
y
la ansiedad
pueden
llevarnos
hasta
el mismo callejón
de
siempre.
El
desquite
es
para que al menos
sepas
que
después,
cerca
de allí,
cientos
de araguaneyes
amanecieron
con
tu nombre escrito en sus cortezas.
Merecemos
que
el final
tenga
el mismo sobresalto dulce
del
principio.
Sé
cómo hacerlo
y
alguien debe inclinarse
ante
el templo
para
besar tus pies.
Por
eso
¡Pido
la revancha!
XIIII
El
cuenco de tu corazón
este puñado
de palabras
entre tus
palmas dulces.
Fruta
celeste, dice una,
textura de
lanceolados tonos, dice otra,
beso puesto
en lo resplandeciente de tu pelo,
labidentadas
ansias, dicen las otras.
Se revuelven
las palabras
entre tus
dedos y las sostienes
para no
derramarlas;
una dice
sortilegio,
otra más
dice latido
y así miles
y miles las palabras.
Si llegan
alguna vez
a ser buenos
estos versos
las volcarás
todas
en el
anchuroso cuenco
de tu
corazón,
allí se
agitarán
por siempre
y tendrás en
tus labios
las que más
quieras.
Nómbralas tú
para que esté
yo allí.
XV
Caligrafía
Sobre
la espalda del agua
escribo
tu nombre.
XVI
El
abecedario de las nubes
para
leer las nubes
la
primera es oblonga
como
la fumarola
que
se asoma feroz.
A
su lado
la
segunda insiste
que
sean pintadas sus mejillas.
La
tercera ya no ocupa ese lugar,
se
ha ido rauda
hecha
jirones
hacia
la baranda de los sueños
y
mira hacia nosotros
que
leemos otra,
dorada,
porque se recuesta al sol.
Hay
nubes cuya caligrafía
se
hace incomprensible
sin
el acento atildado
que
le ponen las aves
y
sin guiones, otras,
son
sólo fútiles suspiros.
Hay
una consonante
y
otra la exclamación.
XVII
Una
dirección
malhadada,
como
el número 13
de
la calle Némesis.
XVIII
El arco sideral
Si así como
ama el arco que está tenso
ama la flecha
voladora,
entonces
iré
alto
al
infinito
hasta
mi
último
misterio.
XIX
El
ángel de la soledad
Siempre
en
el cruce del camino
como
la muerte
la
soledad
espera.
Con
su ángel proxeneta
que
la estupra
en
los rincones.
La
soledad es transparente
y
se manifiesta
en
el desorden que dejamos
tras
nosotros, porque detrás,
detrás
no hay nadie
a
quien le pueda importar.
El
ángel es ceñudo
y
no mira a los ojos,
mete
la mano y
aprieta
los ventrículos,
estira
las arterias,
tuerce
los nervios;
adusto
nos persigue
por
las habitaciones
como
la sombra de un muerto
que
lleva nuestra cara.
La
soledad en cambio
nos
cobija, con un satén
sutil
y
es de tal frío
que
no salimos de la cama
porque
todo quiere hermanarse
con
la tristeza.
La
soledad
de
rostro inexpresivo
y
lánguidos drapeados.
Ella
y su ángel
se
besan
y
me dejan la miseria
de
recoger migajas:
Borrar
de mí cama,
su
marca inconfundible
de
haber hecho el amor.
XX
Grabado
El
proceloso
ponto
de
esta noche
debo
sortear.
Olas
de nubes que se ciñen
orladas
por
la dramática luz
de
esta luna
que
ilumina sus bordes
y
pronuncia sus sombras.
Quien
no ha estado
en
el nocturno
vientre
del mar
no
entiende
de
estas tintas
que
tiñen sus noches.
XXI
A
Héctor Retamero Rodríguez
¡Allá,
allá, allá es Madrid!
Tengo
tres
caracoles
para
darte,
una
pequeña rama
o
mejor,
dejar
en tus pupilas
el
brillo de la estrella
que
sobre Caracas
relumbra
como
el ojo enamorado
de
una muchacha insomne.
Y
una llavecita
que
completa el mecanismo,
un
hilo azul
que
va
hasta
el sol, mi alma
que
te quiere.
Algo
que quede eternamente
y
que nos junte
en
una sola respiración
y
una misma
inmensidad.
XXII
A estas altas horas de tu espalda,
sólo
me quedan los celos.
XXIII
La
escaramuza
Conozco
la confusión
de
los disparos,
las
balas atravesando
las
frágiles hojas
con
un chasquido
como
de piedras
lanzadas
desde lejos.
Ahí
sin
trinchera,
en
la más pedestre
táctica
por la existencia:
correr
sin mirar atrás.
Y
cuando puede ser ya cobardía
vuelves
y
son tus proyectiles
que
letales
buscan
la tierna resistencia
de
la carne ajena.
Es
la escaramuza de la esquina,
el
disparo de azotea
la
guerra artera,
la
inteligencia toda
puesta
contra la vida.
Nunca
el pie se afinca bien,
siempre
tropieza
siempre
un golpe
siempre
la caída.
Van
pasando sin huella
las
balas.
Sólo
un verso nos ha herido
y
no sana la marca.
Ha
sido certero
el
tiro de sus letras.
XXIIII
los
dedos
para
sacaros de la hipnosis?
XXV
David
In
memoriam
Cada
uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de
sol:
y de pronto
anochece.
Salvatore Quasimodo
Qué
fácil hubiera sido
que
siguieras vivo.
Piénsalo.
Aquí
todos estamos
con
las puertas abiertas
esperando
que entres en silencio, como siempre.
Piénsalo,
anda
y
ahórranos el rato.
XXVI
ya nadie ve
lo joven
que soy.
XXVII
Ábrete
sésamo
serán las
palabras
mágicas.
La
combinación,
el
sortilegio,
para que
cuando
al estar de
nuevo
frente a ti
como montaña
de piedra
y las
pronuncie,
abras
tu sésamo.
XXVIII
De
actualidad
Cuando
la inteligencia es la norma,
la
estupidez conspira.
XXIX
Ernesto
A Ernesto le dieron con tres muertes
para poderlo
matar:
le dieron con
el viento
le dieron con
las ramas
le dieron con
los aguijones.
Sólo así
se fue a la
hila
montado sobre
un papagayo
cometa
carmesí
hasta hacerse
un puntito.
Yo lo vi
con el viento
colgado
desde el
cielo.
XXX
Dispersas
fueron
las
flores de anoche,
eran
como grandes
disparos
sobre
las paredes.
XXXI
Hercilia
ya no está
La muerte
ha estado por
mi casa.
Un día
puso su mano
sobre el
hombro
izquierdo de
mi tía.
Se la llevó
agarradita,
poquito a
poco
por un
senderito
angosto,
que daba
hacia la tierra.
Y la
desapareció.
XXXII
El beso que
el
pájaro roba
a
la mejilla
del
río.
XXXIII
Maldito
físico
no
nos sirve de nada
vestirnos
con la mejor ropa,
ni
adornarnos con finos aromas.
Nada
ha de servir
para
explicarnos
un
misterio: ¿Por qué tan bonitas
y
por qué tanto su empeño
de
irse con nosotros?
¡Maldito
físico!
XXXIV
La
oreja de Dalí
Allí
está
Cuántas
cosas no oyó
de
afuera
y
de adentro
Lo
volado
lo
sublime
Todo
Hasta
el gutural sonido de
las
fecales del alma.
XXXV
Niégate
Niégate,
hazte
una negación
mientras
preparas
mi
corazón para tu almuerzo.
Un
domingo borracho
los
gitanos sonaban la trompeta
de
un carnero perdido.
Era
la bruma de esos días
y
Zhivadín Lukich
tenía
una pistola, ligera
como
una parabellum
presta
a la muerte
y
un balcón abandonado a las palomas
en
el centro de Krushevatz.
El
ángel de Kósovo
ponía
una guirnalda sobre
los
moribundos
y
yo bebía la rakija
como
un desafortunado
frente
a los dientes de esa loba
que
destrozaría mi corazón.
Ya
no vale la pena,
pero
niégate.
XXXVI
Tu rostro inesperado
Sueño
con nubes al viento, veo como sus formas oblongas van haciéndose
robustos navíos que surcan los cielos y al paso se truecan en
fornidos caballos que en tropel cabalgan.
Luego,
debo ver cómo se elevan y envuelven en racimos de rosas y se
deshilachan, y allá de nuevo, cobran formas inesperadas: pómulos
que al principio creí duraznos, labios como estiradas hojas al borde
de un sendero de selva, esféricos volúmenes que incauto me atrapan
mirando tu rostro completo que se muestra en el cielo.
Una
aparición que no quería.
Labios
que se abultan hacia mí con la presión posterior de una brisa
constante que los forma beso. Un sol que da luz a pupilas que miran
desde el firmamento, carrillos que parecieran exhalar silabeantes
partes de mi nombre.
Eres
tú en el cielo, tu retrato perfecto hecho de nubes que de nuevo el
viento transforma, como si se alargara tu frente hacia arriba y tu
pelo, una medusa que se traga la mar.
La
aparición se va desvaneciendo con tu boca hecha un huracán lento,
que se vuelve un manto aquietado por una fronda de nácar que se
extiende hacia allá por el azul.
Miro
y miro tu rostro en el cielo y voy tras él viendo como otros cúmulos
se le suman haciendo ahora de él una manada de elefantes que se
aleja.
XXXVII
La
muerte no nos deja
Vendrá
la muerte
y
tendrá tus ojos.
C.
Pavese.
Mi madre con
un latigazo
de sangre en
sus cabellos.
Los pies
rígidos
de mi padre
muerto.
Carmen
Apolonia Machado Galíndez
con su de
hilito de canción
como una
sombra
de cariño
junto al
fregadero.
Hercilia
dormida
en su ataúd.
El abuelo
Sánchez,
ido para
siempre.
Fradique
Javier
eterno
al volante.
Ernesto,
un Ícaro
golpeado.
Alfredito que
dejó de jadear.
Esther,
que no
volverá jamás
de Tel Aviv
para sentarse
en mi patio a
sonreír.
Y ahora
David,
que se quedó
en Madrid
con un
silencio
que no cesa.
¡Qué
fastidio,
la muerte no
nos deja!
XXXVIII
El
amor es un navegante solitario
Una vez, cruzando el océano vi cómo un velero avanzaba sobre las rizadas crestas de las montañas de agua que formaba la mar.
Sólo
el color centelleante del rompevientos permitía imaginarse al
solitario tripulante sentado en la popa, asido al timón, mientras
las velas amenazaban con desgarrarse al viento.
Todavía
transita en mí la intrépida silueta de aquél navegante solitario,
lo fútil de su empresa, el viaje, el sonido del viento en altamar,
aquél día cuando al mundo le dio por permitirme oír como respira
el cosmos.
XXXIX
A
Darijana
Tómalo,
sostenlo,
míralo
temblar
entre
tus manos.
Será
tu talismán
para
lo que pueda venir.
Es
mi corazón
-si
en algo ayuda-
Te
lo ofrendo
y
no creas
en
su aspecto aterido,
es
una lanza audaz,
un
escudo
y
tiene por ahí
resplandores
de luna
que
espantan la tristeza;
un
imán de amor.
Cuélgalo
en tu pecho
para
que tengas dos.
XL
a recostarse
entre
nosotros
y ahora
nos tenemos
sin ti.
XLI
Siempre
hemos
afirmado
que
las paredes
tienen
oídos.
Pero
tercos
no
aceptamos
que
los oídos
tienen
paredes.
XLII
Poema a Scriabin
(Traducción
personal del serbio)
Homenaje a Zhivadín Lúkich:
Mi
poeta amigo
con
el carácter filoso
de
una daga
con
“empuñadura
de
madera de rosa”...
Veo
desde mi ventana
como
cuatro gitanos
cargan
sobre sus hombros
un
violín
enorme.
¡No
se llevarán acaso
a
enterrar toda
la
música?
XLIII
Antes de la
brisa
está el
amor.
XLIIII
Sabemos
que
hay una relación
inseparable
entre
el gusano
y
el rey.
No
es cuestión de filosofía,
se
trata de la carroña
con
corona
y
de la muerte
pululando.
XLV
La
danza de los derviches
Los
derviches giran,
una
mano impone su palma
hacia
el cielo, mientras
la
palma de la otra
señala
la
tierra.
Dejan
caer levemente su
cabeza
sobre el hombro
y
giran.
Sobre
el eje de sus cuerpos
el
universo da vueltas.
Su
oración y trance
es
un vértigo devocional
y
sus faldas una zaranda.
Finalmente,
es una celebración
del
cuerpo.
¡Es
ballet!
XLVI
¿De
dónde somos?
“Las
palabras amorosas
son
las cuentas de un collar”
Pastores
de El Limón
Somos
del color
la
gracia
de
la maravilla
Tenemos
la voz ululante
del
viento
Somos
de aquí
de
la cinta florida
del
plumaje
magnífico
De
donde la fruta
arrasa
la
voz
con
su sabor
La
tierra profunda
la
oración constreñida
la
valentía
Y
el dolor
que
como fuego
purifica.
XLVII
Y
como es implacable
Y como es
implacable
trazará
las mismas
líneas de carbón
debajo de sus
ojos
de esmeralda
Repetirá
los mismos
destrozos
del día
anterior
Ahí habré
perdido
el corazón
y la paz.
XLVIII
Cáncamo
Me
sacó el corazón
de
los caminos
torcidos.
Caracas,
24 de junio de 2011.
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