Cáncamo (Marco Aurelio Rodríguez García - Poesía)



Cáncamo de Marco
el viaje al origen del afecto
Era la feria del libro capítulo Mérida del año 2008, llegué invitado por el Instituto de Cultura del Estado, para leer en un homenaje a William Osuna que acababa de recibir el premio nacional de literatura. El lugar de encuentro fue La Casa Voce y entre los poetas invitados estabamos Benito Mieses, Stephen Marsh, Yuri Patiño, Rodolfo Quintero Noguera, Karelyn Buenaño, Hermes Vargas, Julio Valderrey el Poeta homenajeado.
Junto a ese grupo de poetas un novel poeta, desconocido para muchos pero con mucho camino recorrido en otros continentes, sobre todo en la extinta URSS específicamente en la ciudad de Moscú y en la ex- Yugoslavia, Marco Aurelio Rodriguez, tuvo la oportunidad de compartir sus poemas con el grupo de personas que nos dimos cita convocados por ese homenaje permanente a la palabra. Su lectura esa noche se centró en poemas que dibujaban sus impresiones sobre esas tierras y el sentimiento de su estadía en la unión soviética.
Los Poemas de Moscú se quedaron en mi memoria resonando como colgados en el clavito de sal que recoge el poeta en su imaginario, regalándonos la lectura de una Moscú, enternecedora, sutil, dulce y nostálgica.
El poeta y yo iniciaríamos una amistad soportada en la palabra, en el poema y en el espíritu de dar a conocer sus textos que hasta ese momento formaban parte de un cuaderno íntimo que el poeta no se decidía a mostrar con suficiente fuerza.
Volver de la Unión Soviética a Venezuela después de tantos años acercó al poeta a un país que como bien lo señala, le tocó reconquistar. pero por otra parte el poeta sentía la necesidad de que este país lo reconquiste. Y en esa batalla de sueños, de cantos, y de silencios el poeta logró desempolvar toda una memoria poética recogida desde sus inicios como estudiante en Moscú, como residente y estudiante en Yugoslavia y como comunicador y creativo en esta su patria que lo recibió, no sin antes ponerle los obstáculos, con los que suele encontrarse quien luego de una ausencia postergada, regresa a su país a reencontrarse con su verdad, con su esencia, con sus viejos amigos y enemigos, con su realidad.
En ese oficio constante con la escritura, Marco Aurelio lograr concebir dos libros que recogen la experiencia cosechada durante mas de treinta años de vida. Movido por el impulso de un movimiento editorial que se desarrolla en el país siente la seguridad para mostrarlo sin el temor de ser rechazado, cuestionado, ni etiquetado por espacios y empresas que convirtieron en fantasma el riesgo de publicar autores inéditos sobretodo en el género poesía. Hoy el impulso de iniciativas novedosas revolucionarias y alternativas tiende puentes a Marco Aurelio para poder dejar de manifiesto su testimonio poético de vida y su apuesta a contribuir desde sus poemas a enriquecer, oxigenar y hacer lucir el lenguaje.
Cáncamo el lbro que nos convoca esta compuesto por una serie de poemas cargados de una lirica de sumo peso que se mueve entre las aguas del deseo, la soledad, la memoria y una cercanía constante con la muerte.
Como en Rene Char, Marco Aurelio apuesta a la brevedad y logra simplificar en pequeños criptogramas un sumo de imágenes que hacen estallar el ensueño
A estas altas horas de tu espalda,
sólo me quedan los celos.”
La magia de las palabras para hechizar y desbordar pasiones se juntan como amarras de hilos conductores que siempre terminan girando entre dos temas universales que por dialectica poética se confrontan: la vida y la muerte; el amor y el despecho; la victoria y la derrota
Todo esto se congrega en un cáncamo de resonancias donde el poeta, cual barca que navega en el tiempo, va dejando testimonio de un tiempo vivido que ha logrado transitar por diversidad de rutas marinas, terrestres y espirituales, por la senda de sueños postergados, de profundas desilusiones y de cierto dolor marcado por una nostalgia infinita que no hace mella sino que revive el espíritu del poeta para sobreponerse de la muerte, del dolor, del destierro y tener la fortaleza de ofrecer el corazón, la palabra y el silencio, cargados de una compañía imponente, a todo aquel a quien guarda en sus afectos.
Cáncamo es un canto a los territorios del duelo y la desolación como respuesta natural frente a la muerte
Qué fácil hubiera sido
que siguieras vivo. …

Piénsalo,
anda
y ahórranos el rato.”

Es un libro donde la seducción tambien se amarra para desde el sortilegio de la palabra hacerse sentir en el oído femenino que desea ser conquistado por el poema
Confieso
que he visto estrellas
en tus dedos”


Tu cuerpo
es la tierra
que habito”

Ante el desamor, la desilusión o el desconcierto, el poeta apuesta a una espera que es victoria en el poema la desolación es vencida por la acción implícita en el verso que logra deshacer todo dolor y abrir caminos en la barca del lenguajes para pescar
Me sacó el corazón
de los caminos
torcidos.”

Para el poeta el amor es previo al aliento iniciático que da vida a todas las cosas. Es el génesis de todo testimonio de existencia. Es el estado donde se originan el bien y el mal. Desde él se dibuja la rosa de los vientos que dicta los rumbos del afecto
Antes de la brisa
está el amor.”

Marco Aurelio es una barca y su libro Cáncamo reúne las amarras de gran parte de los sentimientos originarios que constituyen la condición humana. Navegar estas paginas atados a una extensa gama de sentimientos hacen de este libro testimonio lirico y aporte puntual a la voz delicada y gentil que forma parte de la inmensa gama de tonos que conforman a la poesía universal
El vodka, el canto de la balalaica, las lecturas de Bulgakov, Dostoievski, la experiencia viva de La Guayra y el recuerdo de Yugoslavia viajan atados a este cáncamo que hoy ofrece a nosotros, para darnos amarras (atar los cabos de) en un ensueño que desde ya nos lleva a navegar por toda la poesía
José Javier Sánchez.
Torres del Silencio, 6 de julio de 2011.




Cáncamo




A manera de prólogo
El libro de la vida

En literatura lo más real es la poesía. La poesía es la constatación de la existencia propia, y es a su vez una bitácora que registra el efecto de la existencia sobre nuestras almas.

Nuestra aparición sobre la faz de la tierra se hace fenomenológicamente cierta a través de los registros legales fidedignos y que garantizan “testigos confiables” con la certificación de las “autoridades respectivas”... Ergo: Sin papel no somos.

Muchas Partidas de Nacimiento se terminan con las firmas de los testigos y de la autoridad correspondiente, otras, en cambio se van extendiendo, llenando de folios que constatan otras cosas. Muchos de esos papeles adjuntos pasan sin la suerte de ser encuadernados, otros corren con la fortuna de hasta ser publicados (tal es el caso de este libro); documentos anexos que vamos agregando a la chata redacción inicial de nuestra Partida de Nacimiento. En esos anexos vamos contando de la infancia, de lo que el amor va haciendo de nosotros, las escoriaciones que van dejando los tropezones con el agreste camino de la vida, las sutiles caricias; es en mucho la poesía el espejo que Stendhal decía ir pasando por el camino de la realidad que luego quedaba registrada en sus libros.

Nuestros nombres reposan en archivos públicos que dicen que llegamos, que dirán que nos fuimos, pero los documentos más públicos son estos en los que en público nos desvestimos para desnudar nuestra íntima experiencia de existir. Esa valentía de aventurarse a ser más ridículos que “sublimes” a los ojos de todos, le debe ser reconocida al poeta, tanto como lo es al actor el arrojo de subirse a las tablas, para dejarse ver con toda la desfachatez que su arte exige.

La necesidad de agregarle algo más al documento de nacimiento, se hace permanente; es un fenómeno que se manifiesta cuando se desdobla ante nuestros ojos la realidad mostrándonos algo más de lo que a simple vista es. Entonces nuevamente agregamos una nueva nota al Libro de la Vida. Notas que deben superar la manera inicial en que fue redactado el original.

Desde el principio vamos haciendo el esfuerzo de superar el estilo romo del Registro Civil, de lo contrario correríamos el riesgo de escribir:

Hoy a los treinta y un días del mes de enero del año dos mil once y a los doscientos de nuestra primera independencia, en horas de la mañana y en ruta hacia Caracas, se hace constar que el ciudadano Marco Aurelio Rodríguez G., quien mientras viajaba hacia la Ciudad de Caracas ocupando el tercer asiento de la fila izquierda del colectivo placas AVD 35E2 y acompañado por los testigos Pía Liliana Gialdini, ciudadana argentina, nacida en la ciudad de Rosario, portadora de la cédula de identidad E-17552128 y del señor José Javier Sánchez, venezolano cédula de Identidad Nº V-67820 (ilegibles los tres últimos números), dieron fe de la tremenda emoción experimentada por el mencionado Marco Aurelio Rodríguez G., de la revelación vivida por este ante la profunda impresión que le ha causado el Mar Caribe visto desde el kilómetro 3 de la autopista Caracas-La Guaira. Así lo dejó escrito en su libreta de apuntes y agregó que la misma la emoción que le ha producido el sol reflejado sobre las aguas del referido cuerpo de aguas, ha sido como una “conmoción espiritual”, de naturaleza patriótica que le ha hecho reconocer en si el profundo amor que profesa por su patria (Va con rúbrica).

Como ven, no es suficiente registrar el hecho, sino que además se requiere estilo.

Muchos son de la consideración de que el registro de la existencia no es el único objetivo de la poesía, sino la momificación de su autor, para que después de muerto abran sus libros como un sarcófago y hurguen en su alma, como si estudiaran el barco en miniatura encontrado en el fondo de la urna, cuyo séquito a bordo mira con asombro las aguas del Nilo.

Y ya que hablamos de naves, vienen a colación los versos de Antonio Machado, en los que encuentro una maravillosa ironía:

Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombre mi canción

Lo que es igual a decir que el Faraón puso esos objetos en su tumba y se mandó a hacer un inmenso monumento visible a kilómetros de distancia, para que nunca nadie lo encontrara.

o como estos:
Caminante no hay camino
solo estelas en la mar

En los que la palabra estela, puede ser la efímera huella de la embarcación que pasa navegando hacía el olvido, sin registro (notariado) de su rumbo o las nada ingrávidas estelas, moles de piedra que marcaban los caminos y que aún en nuestros días son mensajes monumentales que han superado el tiempo.

Las dos afirmaciones que el poeta hace en esos versos niegan la intención natural de la poesía: el registro perenne de la existencia y el reconocimiento duradero del arte alcanzado en los versos. Pura ironía...

La realidad parece decir otra cosa y es que vive más quien deja huella escrita de si, porque se trasciende a si mismo... Y la trascendencia es aún mayor si queda en la memoria de los lectores.

La poesía son las chispas que produce el contacto de nuestra vida con los rieles del destino; luminosas en la oscuridad del túnel, pero casi imperceptibles cuando la luz de lo cotidiano las acompaña.

La poesía es algo indispensable en la vida, pero se puede vivir sin ella – sin la conciencia de que existe.

Mientras tanto, puedo terminar con las mismas palabras que comienzan el documento que deja constancia de que:

El suscrito, Primera Autoridad Civil de la Parroquia La Guaira Departamento Vargas del Distrito Federal, CERTIFICA: que en los libros de Registro Civil para NACIMIENTOS: que se encuentran en los archivos de esta Jefatura Civil correspondiente al año de 1956 al folio 41 bajo el Nº 81, corre inserta una partida que copiada al texto dice 81 NÚMERO OCHENTIUNO.- Indalecio Antequera, Primera autoridad Civil de la Parroquia La Guayra, Departamento Vargas hago constar: que hoy trece de enero de mil novecientos cincuentiseis a las diez antes-meridiem, me ha sido presentado en este Despacho un niño varón por el ciudadano: Augusto Rodríguez Beitía, quien dice ser su padre, de cuarenta y dos años de edad, comerciante y expuso: que el niño cuya presentación hace nació en el Hospital “José María Vargas” de esta Jurisdicción el día once de Julio del año mil novecientos cincuenticinco a las cinco y treinta post-meridiem; que lleva por nombre MARCO AURELIO, habido en su esposa: Vidalina García de Rodríguez, de treintisiete años de edad.

El texto continúa diciendo que hubo testigos, todos de firmas ilegibles y el documento fue refrendado y sellado con una tinta de profundo color añil y en el centro del sello se ve el escudo de armas de mi país.

Si damos credibilidad a lo contenido en ese documento, les puedo asegurar amigos que es verdad, que si pasé por este mundo y que estos versos dan fe de ello.

Va sin enmienda.



Marco Aurelio Rodríguez G.






Cáncamo

I

Salmo del amante

                                                                                El amor es un árbol

                                                                            los amantes su sombra.
                                                                                      Yalal Al Din Rumi

No desisto
porque la perseverancia
son tus pasos
y el camino tu piel.

Urdimbre falsa
es el laberinto
que nos tejen.

De falsos postigos
la luz
que nos ofrecen
y alzan sus voces
predicando desde
su falso jardín.

No temo
vendrás hasta mí,
como acudo yo a ti,
haciendo nuestro encuentro
porque todas las rutas
conducen a nosotros
y nuestro norte es firme
como los pasos
de nuestros corazones.

No temo
porque avanzo
sin tocar aldabones
sin empujar los goznes
de portales umbríos.

No dudo
la confianza
eres tú.

Tus ojos son mi faro
en este mar de nieblas
y tu fuego la paz
que desencadena.

Soy libre
porque la casa nuestra
es de arena extendida
y la ventana es aire
y el techo
es la lluvia
y el río
allí deviene
desde siempre.

No desisto
porque el fuego
es puro
y la bondad es buena.

Tu cuerpo
es la tierra
que habito
como habitas en mí.

La brisa es cálida
sólo desde tus palabras
y me encuentra
para beberlas
como bebo tu luz.

Tu luz
es ala
sedosa
como musgo
fresco.

No temo
el fuego eres tú
y lo alimento
poniéndole los labios
y la sangre.

La duda es ajena
ocupa los lugares
a los que no
solemos acudir.

No desistimos
porque la cifra
ha sido echada
y somos la suma
de ella misma.

Hemos tocado
el reborde de la luna
y su escarcha tibia.


II

Salmo de la amante


No temo
sé que tu alma
es sedosa
y sube
como hiedra buena.

No dudo
sé que tu alma
es firme
como montaña
que sueña
en los mismos
lugares.

Urden laberintos
pórticos
de
falsos senderos.

Pero tu luz es fuerte
y firme mi norte.

En lo umbrío
del ámbito
que están fraguando
oigo
tu voz.

Y la sigo
porque
en la soledad
me reconforta
y calma.

No temo
se que llegaré
hasta ti
traspasando
todos los falsos
dinteles
y los pasillos
ciegos
que no engañan.

No dudo
tu luz es fuerte
y mi corazón
firme
como flecha.

Estoy en ti
y tu no me abandonas
y todo en nosotros
es sordo a los conjuros.

Porque son
nuestras palabras
la hiedra
que nos cobija
el musgo
que nos hace lecho
y la fronda
que nos cubre.



III

Y nos sentábamos en las

tardes a ver el cielo de siam

detrás de las montañas
Vienes,
te apareces más bien
como un encanto.

Hay un camino vacío
y sólo el viento
mueve
algo por dentro,
como cuando está
muy distendido
el arco
del violín.

Agradezco tener
el don de la palabra
y poderlo mostrar
como una gema rara
conjugando con miedo
el verbo amar.

Te has venido acercando
y tu olor como sándalo
se coloca delante
y te precede a ti.

Hemos podido sentarnos
en el dintel
del crepúsculo
dejando colgar
los pies
como los niños.

Hemos llorado
porque el amor es
agridulce
y húmedo.

Y seguimos riendo,
aunque con tristeza
sabemos
que en algún momento
tu y yo
ya hemos
visto
el cielo
de siam
tras las montañas.


IIII

La mer, la mer,

toujours recomencé

                           Paul Valery
Mar de la eternidad
traspasándonos
con el tiempo
sobreviviéndonos
en el turquesa
el gris
el verde
flexuoso
de tu luz.

Aquí
tú primordial
perenne
y yo
actual
pero fugaz.

Mar
una mirada
no alcanza
nuestros ojos
son demasiado pequeños
para tu inmensidad.

Mar-Universo
en donde nada
es anterior
porque aun estás
en tus inicios.

Nosotros en cambio
fenecemos
día a día
sin traslindar
más allá de nuestras vidas.

Mar
con tu brillo
de lomo de pez
y tus ojos
ora sol
ora luna
ora estrellas
como prendedores
de sal
en la penumbra.

Mar-Dios
desde la eternidad
nos sobrevives.



V



Hojas de bosque


Confieso
que he visto estrellas
en tus dedos
y un arco-iris
en tu piel.

Pongo en tus ojos
estas palabras
para que las lleves
hasta tu corazón.

Allí quieren
sentar raíces
como árboles crecer
y darle sombra

Has de caminar sabiendo
que las llevas en tu pecho.

Y en las noches de soledad
oirás el arrullo
que hace el viento
al poner a temblar
las hojas
del bosque
que siembro hoy
en tu corazón
como una estrella.

VI
Chinese food


En este restaurant
las mesas son pobres
más bien
y la decoración
es simple.

Pero
a este restaurant
venimos
con cierta
frecuencia
y nos saludan
buscándonos los ojos
y dándonos sonrisas cómplices.

Estamos juntos
y despertamos
gran curiosidad.

Nos sentamos
y hablamos
a veces riendo
y asiéndonos de las manos.

A veces tristes
y con las cabezas gachas.

En este restaurant
una vez hubo lluvia
y largas gotas de agua
bajaban desde las lámparas chinas.

Los orientales hablaban
ruidosamente
y me apesadumbraba
la idea
de que la noche
fuese triste
otra vez.

Salimos de este restaurant
fuimos hablando
y sintiéndonos mejor
y olvidamos
los rostros chinos.

Siempre despertamos
curiosidad
siempre vamos
muertos de risa
o muertos de nada.

Pero siempre juntos
y es lo que importa.



VII

Anochecer


Enero ha puesto aquí
sus labios
y este atardecer
está manchado
de carmín.

Parece que el mundo
vuelve a empezar
a girar su loca rueda.

En el pueblo
cercano
las campanas deben
repicar
el ángelus
para descansar.

Y el hombre
olvida
todo afán.

Sólo el amor
respira en el aire
un aroma
a flor nocturna
y blanca.

Un lucero de esos
poco tímidos
y azules
pone su luz
a vibrar como un beso
sobre la frente
de la noche
aun clara.


VIII

Agua de cometa

Hemos decidido no volver
al templo
la puerta queda abierta
pero
la tentación de entrar
será contenida
así como se contiene
el llanto.

Anduvimos senderos
donde la placitud
la tocábamos en la punta
de las hojas
como si fuese su brillo.

Yo, como he bebido
el agua radiante
de la cola del cometa
y de su cellisca tibia
no puedo olvidar.


IX

Vadee tus ríos
y me vi alzado en vilo
por el ritmo de un tambor de Tokoro
oculto extrañamente en tus ojos azules.

Qué selvas me guardaron la noche
y en secretos parajes vi hojas lanceoladas
como tus labios.

Háblame desde ti en la exhuberancia de la lluvia
cuando en la raíz de un árbol oigo subir la savia
o es tu corazón
o es el tambor de Tokoro
soñándome en el sueño
o soy yo soñándote en tus ojos.

Me has llevado conjurándome por el sendero
de tus propias palabras
y la tierra blanda se hunde a mis pies.

Hay plantas de inmensas hojas brillantes
que me cubren
o son tus brazos lo que sueño.


X

Nombre

                                                                         Hay la rama de un árbol
                                                                        que al vaivén de la brisa
                                                                              asiente comprensiva
                                                                                    al mirarnos pasar.

Hemos decidido
describirte en el amor,
te hemos puesto nombre de aire
y ha sido alisio.

Vas moviendo
en cálido vaivén
la brisa
que nos encalidese las mejillas
y la otra
que nos agota las caderas.

Hemos decidido
darte un nombre
y es sol
el pseudónimo
de luz, que nos
abrasa
y eres piel
con destello,
voz calmada
en una boca
de follaje labidentado
para morder sus hojas.

Amor,
amarte eres tu
con la voluta desquiciada de tus dedos,
el contorneado
espiral
del vértigo
a donde nos conduces.

Hemos elegido tu cimbrado fulgor
por decisión total.

Necesitamos tu sonrisa,
la mejor, que nos deleita
y la otra, que rompe
nuestros quicios, esa que impone
el grito crucial,
el de perder la vida,
pero siguiendo en ella.

Amor,
este es otro poema,
el de vivir bebiéndonos
la sangre,
el de permanecer
ahogándonos en ella.

Hemos decidido darte un nombre
y no damos con él
y es quizá agua de aurora
o aceite de hojas
o miel.

Continuamos
buscándote un nombre
bruma
o palmeras oteadas a lo lejos
y allí tú nombre es albur,
acerado brillo de plumaje,
cáncamo de ámbar,
solsticio,
cañada.


XI

Tu ayer

Tu ayer,
ese universo
de tus cosas.

Ese libro,
ese remolino,
esas tus visiones,
donde un cantante
bajo una luz zenital
te dedicó las músicas.

evocando tus frutas consumidas,
tus columpios vertiginosos,
los árboles
que como dioses
te infundían los miedos.

exacta,
tú concreta
como un círculo,
como sextante,
como cifra entera.

Entregada al sueño,
fuera de este mundo,
en la capsula azul
de los recuerdos.

Las almohadas
que guardaron tus suspiros.

Las lágrimas
derramadas
por azar.

Los besos
que han tatuado
tus altares.

Tu ayer
es mí reto,
no estuve en él
y lo muestras
sacándolo
de una cajita de caoba
como una mariposa disecada,
para quemar
mis ojos.

Tu vida,
tu compendio
de cosas
que leo entre líneas,
ansioso de editar su última página
con colofón y rúbrica,
para quedarme en él
como el último
y definitivo
lector de tu destino.


XII


AS


Alguien repartió
los naipes
y quiero jugar.

Desde algún lugar
del universo
la mano de Dios
lanza los dados

Y aquí
sobre mi manta
todos se reúnen
para apostar por algo.

Eres el as, la carta
que en cada palo de los naipes
es el uno.

La estrella solitaria
en la cara más vacía
de los dados.

La moneda primitiva
para comprar
esclavos
en las calles de Roma.

El nudo maestro
para amarrarme al sino
indestructible de tus carcajadas.


Apuesto todo

¡Voy a ti!


XIII

Pido la revancha


Pocas veces
la noche extiende
de tal forma
su terciopelo
para la caricia.

Entonces uso la ternura
para medir el tamaño
del alma que se posa
junto a mí.

La ternura,
el amor en el descanso,
debe expeler su cúpula de silencio
para que las palabras
en calma
digan la verdad.

No suelo ir desaforado,
porque la sorpresa
y la ansiedad
pueden llevarnos
hasta el mismo callejón
de siempre.

El desquite
es para que al menos
sepas
que después,
cerca de allí,
cientos de araguaneyes
amanecieron
con tu nombre escrito en sus cortezas.

Merecemos
que el final
tenga el mismo sobresalto dulce
del principio.

Sé cómo hacerlo
y alguien debe inclinarse
ante el templo
para besar tus pies.

Por eso
¡Pido la revancha!



XIIII

El cuenco de tu corazón


Vierto
este puñado
de palabras
entre tus palmas dulces.

Fruta celeste, dice una,
textura de lanceolados tonos, dice otra,
beso puesto en lo resplandeciente de tu pelo,
labidentadas ansias, dicen las otras.

Se revuelven las palabras
entre tus dedos y las sostienes
para no derramarlas;
una dice sortilegio,
otra más dice latido
y así miles y miles las palabras.

Si llegan alguna vez
a ser buenos estos versos
las volcarás todas
en el anchuroso cuenco
de tu corazón,
allí se agitarán
por siempre
y tendrás en tus labios
las que más quieras.

Nómbralas tú
para que esté yo allí.


XV


Caligrafía


Sobre la espalda del agua
escribo tu nombre.



XVI
El abecedario de las nubes


En el abecedario
para leer las nubes
la primera es oblonga
como la fumarola
que se asoma feroz.

A su lado
la segunda insiste
que sean pintadas sus mejillas.

La tercera ya no ocupa ese lugar,
se ha ido rauda
hecha jirones
hacia la baranda de los sueños
y mira hacia nosotros
que leemos otra,
dorada, porque se recuesta al sol.

Hay nubes cuya caligrafía
se hace incomprensible
sin el acento atildado
que le ponen las aves
y sin guiones, otras,
son sólo fútiles suspiros.

Hay una consonante
y otra la exclamación.



XVII

Una dirección
malhadada,
como el número 13
de la calle Némesis.



XVIII


El arco sideral

Si así como ama el arco que está tenso
ama la flecha voladora,
entonces
iré
alto
al
infinito
hasta
mi
último
misterio.


XIX
 
El ángel de la soledad

Siempre
en el cruce del camino
como la muerte
la soledad
espera.

Con su ángel proxeneta
que la estupra
en los rincones.

La soledad es transparente
y se manifiesta
en el desorden que dejamos
tras nosotros, porque detrás,
detrás no hay nadie
a quien le pueda importar.

El ángel es ceñudo
y no mira a los ojos,
mete la mano y
aprieta los ventrículos,
estira las arterias,
tuerce los nervios;
adusto nos persigue
por las habitaciones
como la sombra de un muerto
que lleva nuestra cara.

La soledad en cambio
nos cobija, con un satén
sutil
y es de tal frío
que no salimos de la cama
porque todo quiere hermanarse
con la tristeza.

La soledad
de rostro inexpresivo
y lánguidos drapeados.

Ella y su ángel
se besan
y me dejan la miseria
de recoger migajas:
Borrar de mí cama,
su marca inconfundible
de haber hecho el amor.


XX

Grabado

El proceloso
ponto
de esta noche
debo sortear.

Olas de nubes que se ciñen
orladas
por la dramática luz
de esta luna
que ilumina sus bordes
y pronuncia sus sombras.

Quien no ha estado
en el nocturno
vientre del mar
no entiende
de estas tintas
que tiñen sus noches.


XXI



A Héctor Retamero Rodríguez

                                                ¡Allá, allá, allá es Madrid!


Tengo
tres caracoles
para darte,
una pequeña rama
o mejor,
dejar en tus pupilas
el brillo de la estrella
que sobre Caracas
relumbra
como el ojo enamorado
de una muchacha insomne.

Y una llavecita
que completa el mecanismo,
un hilo azul
que va
hasta el sol, mi alma
que te quiere.

Algo que quede eternamente
y que nos junte
en una sola respiración
y una misma
inmensidad.



XXII


A estas altas horas de tu espalda,
sólo me quedan los celos.



XXIII

La escaramuza

Conozco la confusión
de los disparos,
las balas atravesando
las frágiles hojas
con un chasquido
como de piedras
lanzadas desde lejos.

Ahí
sin trinchera,
en la más pedestre
táctica por la existencia:
correr sin mirar atrás.

Y cuando puede ser ya cobardía
vuelves
y son tus proyectiles
que letales
buscan la tierna resistencia
de la carne ajena.

Es la escaramuza de la esquina,
el disparo de azotea
la guerra artera,
la inteligencia toda
puesta contra la vida.

Nunca el pie se afinca bien,
siempre tropieza
siempre un golpe
siempre la caída.

Van pasando sin huella
las balas.

Sólo un verso nos ha herido
y no sana la marca.

Ha sido certero
el tiro de sus letras.


XXIIII


¿De qué manera he de chasquear
los dedos
para sacaros de la hipnosis?


XXV



David
In memoriam


Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
                                                                    traspasado por un rayo de sol:
                                                                             y de pronto anochece.

                                                                                                Salvatore Quasimodo

Qué fácil hubiera sido
que siguieras vivo.

Piénsalo.

Aquí todos estamos
con las puertas abiertas
esperando que entres en silencio, como siempre.

Piénsalo,
anda
y ahórranos el rato.




XXVI


Me traiciona este cuerpo,
ya nadie ve
lo joven
que soy.


XXVII

Ábrete sésamo



Cuáles
serán las palabras
mágicas.

La combinación,
el sortilegio,
para que cuando
al estar de nuevo
frente a ti
como montaña de piedra
y las pronuncie,
abras
tu sésamo.


XXVIII


De actualidad


Cuando la inteligencia es la norma,
la estupidez conspira.




XXIX
Ernesto


A Ernesto le dieron con tres muertes
para poderlo matar:
le dieron con el viento
le dieron con las ramas
le dieron con los aguijones.

Sólo así
se fue a la hila
montado sobre un papagayo
cometa carmesí
hasta hacerse un puntito.

Yo lo vi
con el viento colgado
desde el cielo.



XXX

Dispersas fueron
las flores de anoche,
eran como grandes
disparos
sobre las paredes.




XXXI



Hercilia ya no está

La muerte
ha estado por mi casa.

Un día
puso su mano
sobre el hombro
izquierdo de mi tía.

Se la llevó
agarradita,
poquito a poco
por un senderito
angosto,
que daba hacia la tierra.

Y la desapareció.



XXXII


El beso que
el pájaro roba
a la mejilla
del río.




XXXIII
Maldito físico

A los hombres feos
no nos sirve de nada
vestirnos con la mejor ropa,
ni adornarnos con finos aromas.

Nada ha de servir
para explicarnos
un misterio: ¿Por qué tan bonitas
y por qué tanto su empeño
de irse con nosotros?

¡Maldito físico!




XXXIV


La oreja de Dalí


Allí está

Cuántas cosas no oyó
de afuera
y de adentro

Lo volado
lo sublime

Todo

Hasta el gutural sonido de
las fecales del alma.




XXXV
Niégate

Niégate,
hazte una negación
mientras preparas
mi corazón para tu almuerzo.

Un domingo borracho
los gitanos sonaban la trompeta
de un carnero perdido.

Era la bruma de esos días
y Zhivadín Lukich
tenía una pistola, ligera
como una parabellum
presta a la muerte
y un balcón abandonado a las palomas
en el centro de Krushevatz.

El ángel de Kósovo
ponía una guirnalda sobre
los moribundos
y yo bebía la rakija
como un desafortunado
frente a los dientes de esa loba
que destrozaría mi corazón.

Ya no vale la pena,
pero niégate.



XXXVI



Tu rostro inesperado


Sueño con nubes al viento, veo como sus formas oblongas van haciéndose robustos navíos que surcan los cielos y al paso se truecan en fornidos caballos que en tropel cabalgan.

Luego, debo ver cómo se elevan y envuelven en racimos de rosas y se deshilachan, y allá de nuevo, cobran formas inesperadas: pómulos que al principio creí duraznos, labios como estiradas hojas al borde de un sendero de selva, esféricos volúmenes que incauto me atrapan mirando tu rostro completo que se muestra en el cielo.

Una aparición que no quería.

Labios que se abultan hacia mí con la presión posterior de una brisa constante que los forma beso. Un sol que da luz a pupilas que miran desde el firmamento, carrillos que parecieran exhalar silabeantes partes de mi nombre.

Eres tú en el cielo, tu retrato perfecto hecho de nubes que de nuevo el viento transforma, como si se alargara tu frente hacia arriba y tu pelo, una medusa que se traga la mar.

La aparición se va desvaneciendo con tu boca hecha un huracán lento, que se vuelve un manto aquietado por una fronda de nácar que se extiende hacia allá por el azul.

Miro y miro tu rostro en el cielo y voy tras él viendo como otros cúmulos se le suman haciendo ahora de él una manada de elefantes que se aleja.



XXXVII
La muerte no nos deja

                                                                    Vendrá la muerte
                                                                    y tendrá tus ojos.
                                                                             C. Pavese.
Mi madre con un latigazo
de sangre en sus cabellos.

Los pies rígidos
de mi padre
muerto.

Carmen Apolonia Machado Galíndez
con su de hilito de canción
como una sombra
de cariño
junto al fregadero.

Hercilia dormida
en su ataúd.

El abuelo Sánchez,
ido para siempre.

Fradique Javier
eterno
al volante.

Ernesto,
un Ícaro golpeado.

Alfredito que dejó de jadear.

Esther,
que no volverá jamás
de Tel Aviv para sentarse
en mi patio a sonreír.

Y ahora David,
que se quedó en Madrid
con un silencio
que no cesa.

¡Qué fastidio,
la muerte no nos deja!




XXXVIII




El amor es un navegante solitario


Una vez, cruzando el océano vi cómo un velero avanzaba sobre las rizadas crestas de las montañas de agua que formaba la mar.

Sólo el color centelleante del rompevientos permitía imaginarse al solitario tripulante sentado en la popa, asido al timón, mientras las velas amenazaban con desgarrarse al viento.

Todavía transita en mí la intrépida silueta de aquél navegante solitario, lo fútil de su empresa, el viaje, el sonido del viento en altamar, aquél día cuando al mundo le dio por permitirme oír como respira el cosmos.




XXXIX


Talismán

                                    A Darijana


Tómalo,
sostenlo,
míralo temblar
entre tus manos.

Será tu talismán
para lo que pueda venir.

Es mi corazón
-si en algo ayuda-

Te lo ofrendo
y no creas
en su aspecto aterido,
es una lanza audaz,
un escudo
y tiene por ahí
resplandores de luna
que espantan la tristeza;
un imán de amor.

Cuélgalo en tu pecho
para que tengas dos.


XL

Vino esa sombra
a recostarse
entre nosotros
y ahora
nos tenemos sin ti.



XLI

Siempre
hemos afirmado
que las paredes
tienen
oídos.

Pero tercos
no aceptamos
que los oídos
tienen paredes.




XLII



Poema a Scriabin
(Traducción personal del serbio)
                                               
Homenaje a Zhivadín Lúkich:
                                                                     Mi poeta amigo
                                                            con el carácter filoso
                                                                        de una daga
                                                                con “empuñadura
                                                             de madera de rosa”...




Veo desde mi ventana
como cuatro gitanos
cargan sobre sus hombros
un violín
enorme.

¡No se llevarán acaso
a enterrar toda
la música?



XLIII

Antes de la brisa
está el amor.



XLIIII


Sabemos
que hay una relación
inseparable
entre el gusano
y el rey.

No es cuestión de filosofía,
se trata de la carroña
con corona
y de la muerte
pululando.



XLV

La danza de los derviches

Los derviches giran,
una mano impone su palma
hacia el cielo, mientras
la palma de la otra
señala
la tierra.

Dejan caer levemente su
cabeza sobre el hombro
y giran.

Sobre el eje de sus cuerpos
el universo da vueltas.

Su oración y trance
es un vértigo devocional
y sus faldas una zaranda.

Finalmente, es una celebración
del cuerpo.

¡Es ballet!


XLVI

¿De dónde somos?

                                         “Las palabras amorosas
                                      son las cuentas de un collar”

                                                                            Pastores de El Limón

Somos del color
la gracia
de la maravilla

Tenemos la voz ululante
del viento

Somos de aquí
de la cinta florida
del plumaje
magnífico

De donde la fruta
arrasa
la voz
con su sabor

La tierra profunda
la oración constreñida
la valentía

Y el dolor
que como fuego
purifica.



XLVII

Y como es implacable

Y como es implacable
trazará
las mismas líneas de carbón
debajo de sus ojos
de esmeralda

Repetirá
los mismos destrozos
del día anterior

Ahí habré perdido
el corazón
y la paz.



XLVIII

Cáncamo


Me sacó el corazón
de los caminos
torcidos.



                                                                                    


Caracas, 24 de junio de 2011.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Las esposas de los escritores rusos: Tolstoi, Dostoievski y Nabokov (Supruge ruskih pisaca: Tolstoj, Dostojevski, Nabokov)

VANKA - ANTÓN PAVLOVICH CHÉJOV