Una niña que sabía demasiado y un niño que sabía muy poco (Cuento)

Retrato de Damian (Autor Jean Princivil)


Cuando la maestra me explicó el proyecto que me asignaría como tarea, sentí que las cosas para mí se estaban complicando, pero cuando me enteré con qué niño me tocaría realizarlo  entendí que mi vida no sólo se había complicado, sino que se hundía en el desastre...



Al acercarme a él no pude evitar mirar sus zapatos, parecían dos bacalaos secos; las trenzas eran como los intestinos de esos bichos; las gomas estaban gastadas de tanto fútbol y tenían un  extraño color del que se podía adivinar que alguna vez fueron blancos.



Con los pantalones fue más fácil, sin duda eran azul marino, aunque a través de la tela tan gastada se podían ver sus rodillas llenas de raspaduras y de pelos parados como los de un chivo.



Ya cuando me disponía a hablarle me topé con su camisa, era de un azul pálido de tanto sol y tenía un rastro de manchas como el de una cascada de diferentes tonos.



Finalmente, cuando le hablé, me encontré con su rostro enrojecido seguramente por las carreras que andaba dando por el patio y el pelo pegado a sus sienes por el sudor. Tenía el pelo oscuro, los ojos grandes y de color amarilloso; sobre sus labios empezaba una sombra de bigotes y de la barbilla le salían como cinco pelos gruesos. Efectivamente no me había equivocado con la primera impresión tenía todo el aspecto de un chivo... con pantalones.



Hola, soy con la que tienes que hacer el proyecto ¿sabes?

Ummmjú, contestó él.

Bueno ¿y cómo es que te llamas tu?. Le pregunté.

Be... Be... Beeeeernardo, contestó, pareciéndose cada vez más a eso mismo que ya había pensado.

Okey Bee-Bernardo, tenemos que ponernos de acuerdo para lo del trabajo. Sin mirarme salió corriendo y desde el centro del patio de recreo gritó  Sí va ¡Gooooool!


No exageraba cuando sentí que me vida se hundía en un desastre...



Aquella tarde la pasé hablándole a mi mamá para que fuera al colegio y le dijera a mí maestra que me cambiara de compañero de proyecto, y mi mamá ocupada en atender a mí hermanita ni se enteraba de lo que le hablaba. Cuando me di cuenta que no haría nada estuve a punto de saltar por la ventana, pero antes de llevar a cabo esa horrible decisión recordé que tenía que hacer matemáticas.



Mis días comenzaban a complicarse. Tenía que contárselo a Mariíta. Ella es mi mejor amiga, pero nunca podía compartir con ella los momentos difíciles porque era distraída y siempre tenía el teléfono descargado, así que pocas veces podía hablar con ella de mis emergencias, como ésta del proyecto.



Amaneció. Me fui a la escuela arrastrando los pasos. Ensayé mil veces la forma de decirle a la maestra que me cambiara el compañero de equipo, pensaba y pensaba y sin darme cuenta ya estaba en la puerta del colegio y mis compañeras de clases me preguntaban si había hecho la tarea de matemáticas.



Esperé con impaciencia la hora del recreo; tenía que atrapar al Bernardo ese antes de que lo poseyera el espíritu de Messi. Lo atajé en el camino hacia el patio y le pregunté: -¿Anotaste el proyecto? Y ya a punto de salir disparado me dijo: “Sí tranquila, es hacer un volcán. Está fino vamos a hacer una copia del volcán más poderoso. Tú vas a ver."



Intenté detenerlo pero ya había salido disparado; sólo se veían sus bacalaos dejando un rastro de polvo. Sentí que yo empezaba a entrar en erupción....



¡Mamá, o le dices a la maestra que me cambie de compañero o me mudo a vivir debajo del puente de la avenida!. “Yo no sé lo que le pasa a esta muchacha con ese puente de la avenida. Dijo mí mamá, agregando: “mija ya tienes años mudándote para allá, ve a ver si te vas inventando otra residencia, porque esa ya está ocupada por los borrachitos”. Entendí que la conversación había terminado ahí. Volví a pensar en lanzarme por la ventana, pero el herrero esa mañana había instalado una reja y para más estaba recién pintada.



Esa noche casi no dormí; debía llegar al liceo antes que el chivo futbolista, amarrarlo si fuese necesario y preguntarle de qué íbamos a hacer el bendito volcán, además me preguntaba yo ¿cuál sería el volcán más poderoso?



Estuve esperando largos minutos en la esquina del liceo y por fin lo vi acercarse, hablaba moviendo los brazos como un demente, mientras uno de sus panas se empeñaba en estrangularlo sin mucho éxito, porque Bernardo seguía hablando y hablando. De repente vi algo extraño que salía del bolsillo trasero de su pantalón ¡Era un cuaderno doblado por la mitad! Ese detalle fue otra señal que me hizo considerar muy en serio la posibilidad de mudarme para abajo del puente.



Mira Bernardo, le dije tratando de ocultar la desesperación ¿ya pensaste de qué vamos a hacer el volcán? ¿Sabes que hay que hacer una lámina con el esquema de los volcanes, etcétera, etcétera, etcétera?



Sí va, me respondió. Y antes de salir corriendo ooootra vez, se dio vuelta y grito “arcilla y mastique, ¿tienes témpera?. Bueno no importa mí hermanito como que tiene, y tratando de hacer un chiste agregó: la de él es fina porque no es tóxica y cualquier cosa nos hacemos una merengada. Y se fue haciendo —Je Je Je; igualito a un chivo.



Dos días más tarde fue Mariíta quien me llamó en plena tragedia, había quemado con la plancha la falda preferida a su hermana y no sabía qué ponerse para reunirse con sus compañeras de proyecto. En cambio yo ni siquiera había podido hablar con el chivo futbolista.



Un buen día se me acercó y me dijo Listo chama, mañana paso por tu casa; yo sé donde vives porque tu amiga del salón ya me lo dijo. Llevo la Canaimita de mi hermanito para que terminemos la lámina y mi papá consiguió el mastique y la arcilla. Eso va a quedar finiiiiito. Mañana en la tarde paso por tu casa.



La tarde del día siguiente Bernardo llegó como a las tres, escoltado por un señor enorme que llevaba unas bolsas con los materiales para la elaboración del volcán más grande del sistema solar: “Monte Olympo, queda en Marte", me dijo Bernardo con ojos de alucinado mide 25 kilómetros de alto y 624 kilómetros en su base ¡Na'guará! ¿Te imaginas la erupción?



Mientras tanto aquél señor enorme, que resultó ser su papá, dejaba los materiales en la entrada de mí casa mientras mi mamá intentaba contener a mi hermanita para que no se lanzara de cabeza en la bolsa de la arcilla.



Pusimos manos a la obra, al segundo día de trabajo mí mamá se acercó con sospechosa ternura para preguntarme hasta cuándo iba a seguir ese cataclismo en la casa, además la base del Monte Olimpo era una tabla casi tan grande como la mesa del comedor. Bernardo repetía y repetía que sus panas nos ayudarían a llevar aquella torta gigantesca hasta el salón de clases.



Llegó el viernes de la presentación. 

Todo estaba impecable; el chivo futbolista resultó ser muy bueno con las láminas. Su papá apareció con un proyector, instaló todo y se fue. El monte Olympo ocupaba la mitad del salón, su elaboración fue más un trabajo de albañilería que una tarea de Ciencias de la Naturaleza. Yo estaba agotada, tenía las manos destrozadas y además tuve que lavar el espacio donde habíamos hecho aquel monstruo planetario.



A la puerta del salón habían llegado niñas y niños de otras secciones que se empujaban y se asomaban curiosos y asombrados para ver el gigantesco volcán. Hicimos la presentación con la luz apagada para que las láminas pudieran verse con toda claridad.



Cuando ya comenzaba a calmarme y se me estaban pasando los nervios, me pareció ver una lucecita que desaparecía por la boca del volcán; después de eso una interminable llamarada iluminó la cara de la maestra que casi se desmaya.



¡Bernardo había echado un fósforo al fondo del monte Olimpo!



De mí no salía palabra. Los “panas” brincaban y gritaban como una tribu de salvajes en un rito demoníaco. Más tarde me enteré que el humo se veía desde el puente de la avenida. Yo me quería morir de la vergüenza.



En ese momento vi mi vida hundida en el desastre. Yo lo sabía, lo sabía. Me repetía una y otra vez. “Ese chivo loco me la hizo y me las va a pagar todas”.



El lunes siguiente, ya después que la erupción se había extinguido, estaba mirando desde la ventana del salón el patio de recreo. Ahí estaba Bernardo con sus bacalaos y su maltrecho equipo de futból.



La maestra se paró junto a mi. Le conté que yo quise varias veces pedirle que me cambiara el compañero de proyecto, pero que nunca me atreví a decírselo. Ella me miró asombrada y dijo:

Noooo, pero si ustedes dos son geniales. ¿Sabes?, el próximo proyecto lo vuelves a hacer con él.



Cuando le conté a mi mamá lo que había ocurrido me dijo muy seria 
 

—Ahora sí hija, múdate debajo del puente.
















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