La desesperanza ilustrada


Gregorio J. Pérez Almeida
25/02/2015

Un poco de historia y de teoría
Las y los venezolanos que tenemos por costumbre pensar el mundo que nos rodea, conocemos el término “desesperanza aprendida” y recordamos que es un concepto surgido de la psicología experimental que se utilizó en los ámbitos académicos y en los medios de difusión masiva para caracterizarnos como individuos y como pueblo víctimas de la vorágine del neoliberalismo y sus ajustes estructurales durante las décadas de los 70, 80 y 90 del siglo XX. Después de casi 50 años en los que “hemos vivido mar”, como decía la señora de una propaganda electoral, ya habíamos aprendido a desesperanzarnos, nadie creía en nadie ni en nada, los partidos políticos estaban vacíos y la izquierda era gemela de la derecha, la exclusión escolar en primaria y bachillerato era aplastante y en las universidades se hacían colas de bachilleres sin cupo, la inflación andaba por el 500% y los salarios estancados desde hacía años, la policía reprimía a las y los jubilados que exigían su pensiones, etc., y, para remate, llegó a Miraflores un gobierno que acabó con lo que le quedaba de futuro a quienes trabajaban formalmente: eliminaron las prestaciones sociales. Como para vivir llorando o morir de la pea en Choroní…
 ¿Qué es la desesperanza aprendida? Para no dar muchas vueltas leamos lo que dice el Dr. Renny Yagosesky, en el portal Gestio Polis:
“Desesperanza aprendida es un estado de pérdida de motivación, de la esperanza de alcanzar los sueños, una renuncia a toda posibilidad de que las cosas salgan bien, se resuelvan o mejoren […] Desesperanza no es ni decepción ni desesperación. La decepción es la percepción de una expectativa defraudada, la desesperación es la pérdida de la paciencia y de la paz, un estado ansioso, angustiante que hace al futuro una posibilidad atemorizante. La desesperanza, por su parte, es la percepción de una imposibilidad de logro, la idea de que no hay nada que hacer, ni ahora, ni nunca, lo que plantea una resignación forzada y el abandono de la ambición y del sueño. Y es justamente ese sentido absolutista, lo que le hace aparecer como un estado perjudicial y nefasto” (25/08/09)

Si las palabras de Yagosesky son muy abstractas, esta caricatura nos las clarifica:



Así vivíamos, indefensos, entregados, hasta que llegó Chávez y mandó a parar(nos) de la cama. Nos paramos y echamos a andar entre avances y retrocesos propios de quienes tenían miedo a caminar y llegamos hasta este aquí y ahora de 2015, convertidos en vanguardia latinoamericana y referencia mundial de resistencia e imaginación política para enfrentar y superar las dificultades que surgen no sólo como consecuencia lógica del proceso inédito de cambios, sino como zancadillas del enemigo más poderoso que hayamos enfrentado jamás: el imperialismo capitalista estadounidense. Pero, a pesar de todas las dificultades y de la prematura muerte del Comandante Chávez, que fue un infarto político, nadie puede negar que gracias a él y al espíritu guerrero de nuestro pueblo, en los últimos 15 años hayamos superado la desesperanza aprendida1.

II
La desesperanza ilustrada
Si afirmamos que superamos la desesperanza aprendida, entonces ¿qué desesperanza es esta? Es una variante encarnada por algunas y algunos militantes de la izquierda del siglo XX venezolano. Hablamos de aquellas y aquellos sujetos que habiendo sido derrotados en la lucha armada y sometidos políticamente bajo el eufemismo de la pacificación, dicen que aún no han rendido las armas morales e intelectuales anticapitalistas pero no encuentran en el proceso venezolano, bolivariano y chavista, aspectos que satisfagan sus expectativas teóricas de cambio revolucionario y además consideran que el camino tomado por el gobierno está errado, es estéril, y plagado de desviación y traición… aunque ellos no sean capaces de organizar ni una junta de condominio. Son los que afirman que la revolución bolivariana es, para decirlo con palabras de un viejo militante izquierdista ubicado en ese lote, “una revolución de otoño, que ni es revolución ni un coño”. Es a esta actitud a lo que llamamos “desesperanza ilustrada”.
¿Cómo se manifiesta esta desesperanza ilustrada? Sus rasgos están a la vista. Basta conversar con alguna de estas personas o leer sus escritos, para percibirlos de inmediato, aunque a algunos ya se les nota desde lejos. Su actitud es una mezcla de desesperanza y conocimientos. Conocimientos, porque es innegable que las y los izquierdistas venezolanos han sido siempre bien formados e informados. Muchísimo más que las y los incondicionales de derecha, sino ¿cómo hubiesen podido Teodoro y Américo llegar a ser gurús de los capitalistas venezolanos? Como son unos cuantos, nombramos sólo estos dos para facilitar el trabajo de la memoria popular.
Dado su grado de “sabiduría”, porque militaron y militan en ideas que tienen la razón y la verdad sobre el sistema capitalista y la estrategia para superarlo, lo “saben todo”. Y en esto se diferencian radicalmente de las y los desesperanzados aprendidos normales y corrientes, porque estos no asumían actitudes beligerantes ni críticas, simplemente estaban jodidos y ya. Sobrevivían apáticos, indefensos, sumisos políticamente y sin discurso ante una realidad que los apabullaba.
Las y los desesperanzados ilustrados son todo lo contrario (y eso es lo mejor), porque su formación izquierdista (casi siempre universitaria) les permite saber todo sobre economía, sobre educación, sobre seguridad y defensa, sobre agricultura, sobre vivienda y ambiente, sobre movimientos populares, sobre política electoral y, sobre todo, de corrupción, un tópico en la conversación burguesa, es decir, un chisme, que se ha convertido en eje transversal del análisis coyuntural y estructural del capitalismo que hace esta “izquierda”.
Derivada de esta ilustración, de esta casi omniabarcante “sabiduría” que les permite tener certezas e ideas claras y distintas de la realidad venezolana y, en consecuencia, elaborar un juicio apodíctico y apocalíptico sobre ella, se sienten impotentes y amargados. Pero su amargura no termina allí, porque al estar conscientes de la imposibilidad de incidir en el “cambio de rumbo necesario” debido a que el poder ha sido secuestrado por “brutos, incapaces, traidores y corruptos”, entonces su desesperanza es mezcla de decepción y desesperación. Se sienten como Miranda en la Carraca. Veamos algunos ejemplos:
1) Se encuentra usted con un viejo camarada en un café y apenas asoma el tema de la situación del país, arranca la perorata de juicios apodícticos sobre el proceso. Digamos que se le ocurrió hablar de petróleo y lo acertado del control estatal de PDVSA, responde señalando que Ramírez, Maduro y Delsi hicieron el ridículo visitando los países de la OPEP y tuvieron que regresar con el rabo entre las piernas.
2) Si se refiere a algún logro concreto e innegable, como la inclusión tecnológica lograda con las 3.600.000 canaimitas entregadas, gratis, a las y los escolares, la respuesta inmediata es la corrupción que hay en CANTV, el Ministerio de Ciencia y Tecnología y el robo de la fibra óptica que iba para el oriente del país.
3) Le habla de la encuesta sobre la calidad educativa, y sale con que a bonita hora la hacen, demasiado tarde porque el sistema escolar está en bancarrota.
4) Si es el tema de la seguridad ciudadana y el esfuerzo de los planes Patria Segura y a Toda vida ¡Qué!, te espeta, ¿vas a tapar el sol con un dedo si las policías, la GNB, la Fiscalía y el sistema judicial están en manos de mafias?
5) Dígame si le toca el tema económico, en el que la izquierda tiene escuela (neoclásica, pero cree que es marxista) de inmediato lo vincula al de la corrupción y sentencia: aquí lo único  que está pasando es el enriquecimiento de la boliburguesía.
En fin, que conversar con algún desesperanzado ilustrado (son hombres la mayoría), es como conversar con un activista de la derecha incapaz de comprender las transformaciones sociales y políticas vividas por el pueblo venezolano sin que le hayan consultado a él (esta es, quizá, su más grande arrechera) y dispuesto a que volvamos a ser derrotados, como en los años 60, para recuperar su egocéntrica atalaya y gritar satisfecho “Yo tenía razón”.
Mientras, los enemigos de los pueblos insumisos esperan que la esperanza recuperada por el pueblo de Bolívar bajo el liderazgo de Chávez, regrese a los cauces de la desesperanza aprendida. 

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