Carta a Haruki Murakami


Caracas, 10 de febrero de 2019.
Honorable señor Haruki Murakami.
Quien subscribe la presente es un ciudadano de la República Bolivariana de Venezuela y un admirador de su obra. Hace varios años llegó hasta mis manos un ejemplar de su libro Sauce ciego, mujer dormida[1].Ese libro, que es una compilación de varios relatos suyos, incluye un cuento intitulado “La tragedia de la mina de carbón de Nueva York”. En ese cuento, donde su personaje principal dice que “En Venezuela arrojan a los presos políticos desde los helicópteros”. En el momento en que leí esas palabras, escritas como un insignificante comentario, en un cuento en el que usted habla de la muerte consecutiva de personas jóvenes, vino a mi mente uno de los muchachos que fue arrojado desde un helicóptero y de la historia que se desarrolló posteriormente alrededor de ese prisionero y su madre:
A partir de 1960 en Venezuela, amplios sectores de la juventud, inspirados en las ideas de izquierda, se incorporaron a la lucha política. Esto desató una ola represiva dirigida por los partidos de la derecha, que estaban alineados con la política norteamericana en la región. Como usted sabe, Estados Unidos considera a los países latinoamericanos su patio trasero.
Corría el año de 1964 cuando el joven Víctor Ramón Soto Rojas fue hecho preso por las fuerzas represivas, sometido a tortura y finalmente –como era de práctica frecuente–, lanzado desde un helicóptero en un lugar aún desconocido de la selva.
Desde el momento de la desaparición de Víctor Ramón Soto Rojas, su madre emprendió la búsqueda desesperada de su hijo; recorrió todos los centros de reclusión civiles y militares y la respuesta siempre fue la misma –las autoridades negaban el ingreso de su hijo desaparecido.
La señora Rosa Soto Rojas, que así se llamaba la madre de aquel joven estudiante, se dirigió a la Organización de las Naciones Unidas, a la Cruz Roja Mundial, fue al Palacio Presidencial. Durante todo un día la hicieron esperar pacientemente para ser atendida por el presidente o por su esposa que nunca se conmovió de aquella mujer, madre como ella.
La madre de Víctor Soto Rojas solía preguntarse “¿Qué pensaría mi hijo Víctor, cuando lo iban a arrojar desde el helicóptero, pensaría en mí?”.
A partir de 1964, la señora Rosa Soto Rojas no dejaría de publicar a diario un aviso de prensa en uno de los periódicos de mayor circulación nacional, con la esperanza de saber algo sobre su hijo, vivo o muerto. Solo hasta 2003 se enteraría de lo que en realidad había ocurrido con su hijo.
A partir del momento de su captura fue torturado y finalmente, cuando ya se encontraba agonizante, lo subieron a un helicóptero desde donde colgaron su cuerpo para que fuera golpeado por los árboles. Uno de los militares que perpetró el crimen se lo confesó a ella personalmente. Cuando la señora Rosa Soto Rojas escuchó la confesión del militar lo abrazó en señal de perdón.
A partir de ese momento los avisos que durante 39 años fueron publicados a diario dejaron de aparecer en las páginas de Últimas Noticias.
La historia de Víctor Soto Rojas es solo la de uno de los tantos jóvenes que como él tuvo un final tan atroz.
Lo único que le rogaría a usted –muy respetuosamente–, señor Murakami, es que, por favor, en su cuento “La tragedia de la mina de carbón en Nueva York”, en el fragmento que dice: “En Venezuela arrojan a los presos políticos desde los helicópteros”, tenga usted la amable delicadeza de colocar: “En Venezuela, donde algunos gobiernos del pasado arrojaban presos políticos desde los helicópteros”.
En nuestro país, esas prácticas horrendas han sido abolidas, ahora son madres como la señora Rosa Soto Rojas las que están al frente de las organizaciones comunitarias y sus hijos estudiantes –como Víctor Soto Rojas–, los que asisten a las universidades.
Yo sé que usted como japonés va a entender perfectamente cuánto significa para nosotros el honor de nuestra patria.
Agradecido.
Marco Aurelio Rodríguez G.
Poeta y periodista.




[1] Haruki Murakami. Sauce ciego, mujer dormida, “La tragedia de la mina de carbón de Nueva York”, Maxi TusQuets Editores, México, 2009, p.61.

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