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  Tocar madera Eran ventrudas y amorfas callosidades de madera; lavadas a río y arena dejaban el reflejo de lunas y lunas repetidas y repetidas hasta que algún eventual cazador les viera semejanza con las rodillas de los antílopes, que a golpe de maza y lanza cazara en los días de magnífica suerte. Recogía el hombre aquella figura que quería ser algo: rodilla de antílope, garra de pájaro o dulce cadera de mujer coronada por un penacho de raíces enredadas que entregaban los ojos a la verdad de que lo observado tenía inminente origen vegetal. Así preñado en la maravilla de que algo puede ser y mujer y águila y réptil, el hombre guardaba el primer testimonio de la multiplicidad. Aquellos objetos llegaban hasta los diferentes grupos y en lo lisiado de sus lenguajes cada uno decía para sí la experiencia de ver, en lugar de una garra de tigre, la pata de un ave o un búfalo recontorcionado. Junto a los cuernos de los grandes mamíferos, dientes de animales feroces y hediondas pi
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  E s el primer libro de este autor; reúne lo que ha considerado su trabajo más relevante durante cuatro décadas; la obra se compone de 7 libros y un grupo de poemas sueltos. Recoge las vivencias del autor durante su estadía en diferentes países de Europa, en los que vivió a lo largo de 14 años, donde realizó varios viajes a través de ese continente, y de Venezuela. Este libro es una travesía de recuerdos, que conducen hacia la nostalgia, esa consecuencia inevitable del trashumante, que no termina de comenzar a vivir en un lugar cuando de nuevo le aborda la distancia, y mira embelesado los recuerdos, evocadores como las figuras de un tiovivo, con su magnífico a rrebol de colores, en el asombro que le produce esta maravillosa aventura de vivir. POEMAS DE MOSCÚ Moscú al atardecer es pálida como los labios de un muchacho cansado. La mujer más hermosa tiene ojos brillantes y sonríe de pronto como si se le hubiese reventado una cuerda a su corazón de balalaica. Moscú, 1975.               *

Peligro de gol

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  Peligro de gol A Rita Rose Klein Hullman in memoriam. Una mujer puede llegar a ser un buen gol. Un futbolista como yo bien lo sabe. En la mañana te levantas y todavía a mediodía estás corriendo de aquí allá con el balón en los pies hasta que te duele el cuello de tanto mirar hacia el suelo; vas de un toquecito sutil a una gambeta de esas que acaban con la mediocridad de una práctica y que te celebran los compañeros del equipo entre risas y promesas. Debes correr como Di Stefano , como Porshe y comerte la grama en un violento frenazo, girar, tocarla suave, que reaccione, que se ponga del lado adecuado y entonces te das cuenta que sí, que una mujer es a veces un buen gol. Una vez iba yo a la mitad del campo, el público gritaba como focas (así se oye); pasé boqueando como un imbécil o como un campeón; dejé atrás el ombligo del campo, el pezón redondo, el ojo blanco sobre el verde y ya pierdo la facultad de pensar, mi percepción se vuelve pura imaginación para saber dónde está ese